sábado, abril 16, 2011

UN VIAJE A PALERMO PROFUNDO

- Respiro profundamente, y cierro mis ojos. Mi humanidad pesa menos. Tomo aire una vez más, y relajo mis hombros. Los bocinazos y las frenadas que me agobiaban desde la avenida ahora son tenues. Vuelvo a inhalar con ganas, cuento hasta nueve, y abandono mi cuerpo. Viajo, liviano. Ya no soy Juan Butvilofsky; ahora soy Martín Palermo… Las imágenes son borrosas. Veo gente que se abraza; supongo que son futbolistas, mis compañeros. Me ruegan que no me rinda. Me hablan del guión de una película, la de mi vida, que no contempla fracasos. No me consuela, no quiero escucharlos. Arrastro una cruz pesada. Casi 800 minutos sin hacer un gol. Justamente yo, el destructor de arcos. Un hombre con gesto adusto me levanta el pulgar. Es un tipo bueno con cara de malo. Es Julio César Falcioni. Dice que me va a reservar, otra vez, mi lugar. Se va sonriente, conduciendo despacio. Los hinchas de Boca gritan que me aman. Me despiden con palabras de aliento. Un anciano, como puede, interrumpe mis pasos y susurra algo: -A mí ya me queda poco. Por usted fui feliz, Martín. No me baje los brazos-… Me siento un poco mejor. Me río de aquella pared que me fracturó los huesos, y de mis ligamentos cruzados. Miro al cielo y encuentro a mi hijo. Miro a mis hijos, que están a mi lado, cabizbajos, y los tomo de las manos. El próximo gol empieza a tomar forma dentro de mi cabeza. Será un zurdazo rasante, al primer palo. 3O2. Golazo… Respiro profundamente, y cierro mis ojos. Mi humanidad pesa menos. Tomo aire una vez más, y relajo mis hombros. Vuelvo a inhalar con ganas, cuento hasta nueve, y abandono ese cuerpo. Ya no soy Martín Palermo; ahora soy Juan Butvilofsky. Me descubro de frente a una notebook. Iba escribir acerca de un goleador en desgracia. Ya no voy a hacerlo. Puedo estar equivocado…